domingo, 18 de julio de 2010

Sobre los miedos que, visibles o escondidos, afectan nuestras actitudes.


Los seres humanos sufrimos de innumerables clases de miedos. Se manifiestan de diferentes maneras, y aunque se vean y sientan diferentes, la mayor parte de las veces, tienen la misma raíz. Así como todos los sentimientos humanos tienen su dualidad, contando con una faceta positiva. Este es el miedo que surge del instinto de supervivencia. Sin él estaríamos a merced de los peligros; nos ayuda a defendernos de ataques físicos o de otras índoles. También en situaciones en las que arriesgamos nuestra salud o vida, nos protege haciéndonos rechazar estos actos inútiles para cuidar lo que realmente importa. Esto no nos hace cobardes, por el contrario, es sano e inteligente. Si perdiéramos este miedo cometeríamos errores en contra de nosotros mismos, y pondríamos en peligro a los demás. La falta de este miedo nos lleva a alardear para demostrar y demostrarnos una falsa valentía que se podría catalogar como gran estupidez, exponiéndonos y exponiendo a los otros inútilmente. La falta de miedo total, entonces, se convierte en una actitud de vida negativa.
El otro extremo sería el miedo paralizante, que no permite desarrollarnos. Estamos hablando del miedo patológico, pero existe el miedo que sin llegar a ese extremo, suele disfrazarse de mil y una formas, afectando nuestro comportamiento. Los seres humanos hemos convertido esto en un arte, más bien, en una forma de vida. Se podría decir que desde que existe el ser humano, existe este miedo básico que ha determinado la forma en que ha venido evolucionando la humanidad y sus sistemas. Este miedo raíz podría denominarse miedo a ser libre o a SER. Desde los principios de los tiempos, el hombre viene clamando por libertad. Libertad de los pueblos, libertad económica, de los opresores, de las reglas, de los parámetros sociales, de los jefes, de los sistemas, de los padres, etc. Sin saber que todas las personas que ocupan esos puestos de poder, y de las cuales se pretende liberar, sufre de los mismos miedos. Si el que se siente oprimido ocupara el sitio del opresor, la mayoría de las veces cometería los mismos errores aunque con otro disfraz. Mucho de nosotros nos llenamos la boca diciendo: “yo en su lugar haría esto o aquello”. Normalmente solemos hablar un montón y con mucha claridad sobre lo que otros deberían hacer, convenciéndonos de que con nuestras ideas podríamos cambiar al mundo. Si cada uno de nosotros analizáramos con honestidad, descubriríamos que en nuestro humilde ámbito, muchas veces practicamos la opresión, la dictadura, la manipulación, todo esto en forma muy sutil y solapada. Esto puede estar escondido bajo la forma de preocupación excesiva por los demás, posición de victima, control de las situaciones por “el bienestar de los otros”, liberalidad excesiva que se convierte en negligencia y libertinaje, etc. Todas estas actitudes, que en una familia o pequeño grupo, no llaman la atención, son las mismas que en un pueblo o país hacen mucho ruido y nos provoca la sensación de opresión. ¿Qué pasaría entonces, si cualquiera de nosotros tuviéramos poder?
La búsqueda de libertad es algo positivo y es un impulso humano saludable que lleva al hombre a evolucionar. Este impulso es una bendición que se nos ha regalado. Gracias a ello se ha ido desarrollando la humanidad. ¿Por qué entonces se sigue buscando la libertad ? En realidad aún estamos lejos de entender la verdadera libertad, la que nos llevará al máximo de la evolución como individuos, como grupos, como mundo, como humanidad. Esta es la libertad de nuestro ego inferior, o sea de nuestro egoísmo. El día en que podamos ser uno con los otros, cuando dejemos de repetir “yo, mi” para decir “nosotros, nuestro”, cuando esto deje de ser una utopía, para convertirse en parte de una conciencia colectiva, pasaremos a ser un YO con mayúscula, alcanzando nuestra verdadera identidad y seremos libres realmente.
Para esto deberemos desprendernos de la mentalidad chiquita e insignificante con la cual nos manejamos, sintiéndonos con derecho a reclamar la libertad, que a la larga pretendemos usar en beneficio egoísta. Todo por lo cual nos quejamos viene siendo armado en el tiempo por egos casi idénticos a nosotros, diferenciándonos solo por el entorno, la sociedad en que vivimos, religiones, costumbres, posiciones sociales, sexo, etc. Todo esto también creado por los mismos egos llenos de miedo que se refugian en lo que aparenta darles más seguridad.
Hay mucha confusión sobre lo que significa ser libre. En algunos casos se cree que ser libre es no tener a nadie que te diga lo que has de hacer, no cumplir reglas de convivencia, poder hacer lo que sea si que nadie se queje ni reclame, sin importar como se afecta a otros. Se escucha repetidamente frases o dichos como: “no te metas en mi vida; si me sale mal es mi problema; si ingiero drogas soy yo el que se embroma; si aborto es con mi cuerpo, y yo tengo derechos sobre el; si no trabajo me embromo yo; si no aprendo nada es mi problema; si como mal es mi cuerpo el que se afecta…” etc., etc. Como vemos todos estos dichos están cargados de “yo y mi”. Por otro lado sabemos que las consecuencias de estos pensamientos, y las actitudes que conllevan, nunca afectan solo al que la comete, generalmente hay alguien más que paga estas consecuencias. Estamos viviendo en un mundo totalmente ilusorio, donde nos separamos de los demás y a los demás de nosotros. A esto se refieren tantos maestros cuando habla n de vivir fuera de la ilusión para poder evolucionar. Se ha tomado este consejo muchas veces como una invocación a vivir fuera de la realidad, sintiendo así las personas que se les pide dejar de ser ellos mismos, cuando en realidad dejar el estado ilusorio significa totalmente lo contrario.
Dejar la ilusión quiere decir aceptar que estamos íntimamente ligados a todo lo que vive, y que cada acción realizada afectará a alguien, y ese alguien afectado afectará a otro y así sucesivamente a muchos. También la inacción o negligencia afectará de la misma forma. Cuando no nos hacemos cargo de nuestras acciones estamos cargando a otros con nuestras responsabilidades y extendiendo infinitamente las consecuencias que creamos. Así de esta forma, nos hacemos parte del gran caos que afecta a todos, incluyéndonos y por el cual nos quejamos tanto, culpando a los otros y reclamando soluciones. Entonces nos convertimos en esclavos de nosotros mismos a través del reflejo de nuestros propios miedos que vuelve como un boomerang en las actitudes de los otros.
Todos reclamamos libertad y nos convertimos en manipuladores, corremos detrás de puestos de poder, nos obsesionamos con obtener más dinero del que realmente necesitamos, pensando que de esta manera nos liberamos. Mostramos falsas imágenes de independencia, tratamos de hacer sentir culpables y responsables de lo que nos pasa a los demás y los manipulamos pretendiendo que se hagan cargo de solucionar nuestros problemas. Esto y muchas artimañas más usa el ser humano buscando “su” libertad. El problema está justamente ahí, en que busca “su” libertad, en lugar de “la” libertad. El ser humano no encontrará “la” libertad verdadera mientras no asuma que ésta depende de la interrelación conciente y responsable con los demás, entendiendo que el hombre puede ser dueño de su destino, pero que ese destino individual, es parte indisoluble del destino del todo.
Ser libre nos es hacer lo que “yo quiero” independientemente del resto. Por eso es claro que aún nos queda mucho camino por recorrer y que la libertad total no se alcanzará hasta que toda la humanidad marche al unísono. Esto no justifica que digamos “entonces yo hago la mía”. Si tratamos de comprender como afectan nuestros actos, entonces podemos comprender como a pesar de tanto egoísmo, la humanidad ha venido dando sus pasos gracias a los espíritus libres que nacen en esta tierra cada tanto, dejando la huella expansiva de sus acciones benefactoras, que siguen extendiéndose a lo largo de los tiempos y dejando ver claramente el efecto del que venimos hablando. Por eso debemos comenzar por cada uno, liberando nuestro espíritu del miedo, cambiando este sentir por el contrario que es el amor in egoísta. No olvidemos que la libertad debe ir asociada a la responsabilidad y esto significa pensar en la libertad de los otros. Liberando a los demás es como nos liberamos a nosotros. Aumentando nuestros conocimientos para liberarnos de la ignorancia que nos predispone a ser victimas de la manipulación que es esclavizante para el manipulado y el manipulador.

Escrito por Lourdes González  

Las distintas manifestaciones del miedo.




Analizaremos algunas de las formas más comunes: el miedo a ser adulto.   Se manifiesta a través de una conducta inmadura a pesar de tener edad cronológica para ser adulto.      Una de las actitudes más comunes de este miedo es cuando la persona aparenta asumir su papel de adulto, pero no es capaz de resolver su vida, viéndose dependiente constante y prolongadamente de otros, necesitando siempre y excesivamente de apoyo, incluso reclamándolo de aquellos que están en condiciones inferiores a él en cuanto a la  dependencia, como en el caso de sus hijos o padres adultos mayores, por ejemplo.
      Podría catalogarse como miedo a las responsabilidades.  Generalmente son incapaces de mantener un trabajo por mucho tiempo, costándole incluso decidir en que les gustaría trabajar.  Suelen hacer castillos en el aire, planificando formas fantásticas e inalcanzables de ganarse el sustento, mientras deja pasar las posibilidades reales, encontrando en ellas defectos que usarán de pretexto para no asumir la responsabilidad que le corresponde y quedan en espera de algo  “ más a su altura”.  Mientras tanto se endeudan con muchas personas, sabiendo que nunca van a contar con la posibilidad real de devolver lo que piden, tomando luego actitudes agresivas hacia quien los ayudó para atajar a tiempo el reclamo justo de los otros, a lo cual temen.   Se sienten incomprendidos cuando los presionan para que entren en la realidad, acusándolos de ignorantes e incapaces de reconocer su valor.  De esta manera los problemas económicos se irán acumulando junto a las malas relaciones.  Esto a la larga lo convierte en un ser depresivo, a veces agresivo y resentido, hundiéndose en lamentaciones, reclamando una libertad de la cual huye a la vez.

       Por otra parte está el adulto infantil, que trata de caer simpático todo el tiempo, actuando como payaso, interpretando el personaje necesario en cada ocasión.  Se lo ve generalmente rodeado de niños, actuando como otro niño más.  Si ya es padre, se granjea la simpatía de sus hijos, no poniendo límites, dejando esa responsabilidad al otro.  De esta forma los gana  como aliados y pretende que no se les exija su responsabilidad de adulto, ya que considera más que suficiente la diversión que aporta, de esta manera irá perdiendo sus derechos y autoridad de adulto.     En algún momento que le convenga querrá ejercer su autoridad y no será correspondido.  Comenzará a sentir que es poca cosa, que los demás no son justos, se sentirá  como esclavo y abusado al no ser tomado en cuenta para tomar las decisiones importantes.
      Estas personas son incapaces de reconocer la carga que impone a los demás, pretendiendo ser sobrevalorado en su actitud de payaso.   Así se convierte en un dependiente, reclamando una libertad que no quiere asumir.  



       Otra forma de huir de las responsabilidades son las drogas, acompañado de una falsa rebeldía, donde pretendiendo romper las reglas y protestar contra el sistema, o llenar el vacío de una vida sin voluntad de ser, se refugia en un estilo de vida donde con el pretexto de “es mi vida” se transforma en una carga social anulando la propia capacidad de pensar.  No pensar es otra forma de huir de las responsabilidades.
Estas personas que dicen vivir así e n protesta del sistema, favorecen a los delincuentes cuando compran droga, roban a los decentes o se cargan sobre sus espaldas para ser mantenidos por esos supuestos esclavos del sistema.    Vemos entonces que pretendiendo ser libre es esclavo de las drogas, dependiente de toda la sociedad, victima de los traficantes, etc.  


      También están los que huyen de la responsabilidad victimizándose.   Con sus constantes quejas manipulan y esclavizan a los demás sin darse cuenta que terminan siendo esclavos de la dependencia que tienen de los otros. 


     Están los que en su temor de ser dependientes, actúan como si no necesitaran a nadie, entonces trabajan incansablemente en pos de tener mucho dinero, lo que los hace sentir autosuficiente y seguro.  Esto les da la impresión de vivir en libertad, convirtiéndose esta actitud en un vicio.   Los placeres que provienen de esta forma de vida son tan efímeros como el dinero, y engañan los sentidos igual que una droga, llevándolos a querer cada vez más para seguir manteniendo esa falsa sensación de libertad.   Se dedican a perseguir insaciablemente más dinero y así se esclavizan con el trabajo desmedido que deben continuar para mantener lo conseguido.
     El poder en sus diversas formas es otra forma de esclavitud que produce sensación de libertad.     Generalmente el que usa el poder para controlar y manipular sufre del miedo de ser  controlado y manipulado.  De esta manera se hace esclavo de los que necesita tener bajo control, dependiendo patológicamente de ellos para conservar su sensación de libertad.


    Otra forma de miedo que a menudo se experimenta, individual y socialmente, es el miedo al cambio.  Las personas se quejan constantemente de lo que están viviendo, pero cuando se presenta la oportunidad de cambiar se cierran y vuelven a lo anterior, prefiriendo seguir lamentándose y llorando antes que correr el riesgo de lo nuevo.  Es similar a lo que ocurre cuando se vive una situación dolorosa y mortificante que s e repite una y otra vez, y en lugar de aprender de la experiencia, y hacer lo necesario para cambiar el curso de los acontecimientos, se sigue sufriendo, llorando, y pidiéndole a los demás que hagan algo para solucionarle el problema.
   

    Otro es el miedo a la soledad, por el cual muchas personas aguantan y permiten cualquier cosa de parte de los demás.  Esto no deja de ser una forma solapada de manipulación, que se usa para poder conservar a los otros a su lado.     Estas personas necesitan aturdirse constantemente con mucho ruido y mucha gente, no quieren quedarse solos porque la soledad invita a pensar y reflexionar, y de esta manera se corre el riesgo de auto reconocerse.   Algo similar ocurre con las parejas que no disfrutan de estar solos, buscando siempre rodearse de gente para no tener que enfrentar el vacío que les deja estar con la pareja  con la cual no se sienten bien.


     Como vemos, los miedos de los que aquí hemos hablado, podrían resumirse en miedo a la libertad.   Se hace muy necesario estar solo consigo mismo para reflexionar, reconocer y enfrentar nuestros miedos.    
    Mientras los carguemos en nuestro interior, ellos influirán en nuestras actitudes, y de esta forma no seremos capaces de atraer hacia nuestras vidas las situaciones, relaciones y metas deseadas.
    Liberarnos de estos y otros miedos fantasmas nos dejaría en posición de avanzar libremente hacia nuestro destino elegido.  Ser ignorante de nuestros propios miedos nos mantiene encadenados al mundo de la ilusión egoísta, en el que solo se vive para  auto gratificarse  sin importar las consecuencias y así quedamos esclavizados en lo vacuo y sin sentido, viviendo situaciones con apariencia de libertad, desconectando a los demás de nosotros, ya sea por ignorar sus necesidades o las nuestras.
   Ser libre implica reconocer que todos somos células de un mismo cuerpo, que todos necesitamos lo mismo: ser una personalidad completa y desarrollada sin trabas.
  Debemos permitir que los otros interactúen en esto, así ayudamos y somos ayudados.
  Un cuerpo se desarrolla bien y perfecto si cada célula cumple con su tarea en combinación con las demás.   Cuando esto no ocurre, el cuerpo se enferma y lo siente todo el ser.   Ser libre significa amarse, automotivarse, sustentarse, apoyarse entre todos.     Ley de intercambio,  justa, sin abusos, valorando equitativamente lo que cada uno puede aportar, liberando a los otros es la forma  en que nos liberamos.     Esto no significa dejar que se arreglen como puedan, sino que cooperemos para que cada uno pueda realmente ser útil a sí mismo, y de esta manera a otros.     Debemos comprender que lo transitorio es limitante, que su valor es el de una herramienta, no el de una meta evolutiva.    Esta herramienta cumple la función de servirnos como un elemento  más que nos acerca a la meta, pero jamás debemos tildar a la herramienta como la meta misma.   Lo único que nos llevaremos de ésta etapa son los resultados del amor.   Cuanto más amor hayamos sentido, cuanto más lo hayamos practicado en forma altruista, más habremos aprendido y contribuido con el todo.    
   
      El amor es la antítesis del miedo, por lo tanto, hasta que no nos liberemos de todos los miedos no podremos amar con la totalidad de nuestro ser.
Escrito por Lourdes Gonzalez. 





2 comentarios:

  1. Muy interesante y como dices a medida que reconoscamos nuestros miedos podemos seguir un paso mas hacia nuestra real libertad, muchas gracias Lurdes por compartir esto tan importante.

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  2. Hola Lourdes, me parece este artículo que escribiste sobre el miedo ya lo he leído en emagister. Es muy interesante ver como las distintas clases de miedo nos alejan de ser verdaderamente libres y nos atan al Ego. El miedo es lo opuesto del amor. Mientras haya miedo en nuestras vidas no nos encontraremos con nuestro verdadero yo.

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